Textos del Jurado

Para la convocatoria de la XVIII Bienal de Fotografía se analizaron una serie de fotografías y videos tanto de autores emergentes, como de carrera intermedia y algunos consagrados. La diversidad, calidad y el nivel de coherencia de los proyectos fueron los ejes para la discusión, así como su pertinencia en las prácticas contemporáneas de las artes y la visualidad, considerando originalidad temática y/o poética, y su adecuación al contexto del Centro de la Imagen.

Si bien hay una larga historia y experiencia fotográfica con grandes creadores mexicanos o que se han desarrollado en el país, el nivel general de lo aportado a la Bienal resulta un tanto bajo e incluso estancado. Ahora bien, si la fotografía es definitivamente una herramienta muy eficiente que no es un fin en sí misma, sí es un método que lleva a vivir de manera más intensa: de estar en el mundo y jugar con la propia existencia. Tiene que ver con la trayectoria del autor, las influencias políticas, estéticas y sociales que lo envuelven y confrontan. Aunque los resultados son, en su mayoría, no muy satisfactorios, hay cierto desarrollo de una mayor conciencia por preguntarse qué es y para qué sirve el video y la fotografía, su significado, su teoría, los cuestionamientos que plantea. Sin embargo, falta mucha más continuidad e investigación.

Mi experiencia como jurado de la XVIII Bienal de Fotografía ha sido interesante, no sólo por lo que descubrí analizando un abanico amplio de propuestas, sino por la relación que se dio entre los jurados y sus puntos de vista tanto denotativos como connotativos.

Los trabajos seleccionados muestran el status quo de la realidad actual de algunos medios en el país y los intereses de los participantes. El gigantesco cambio de la fotografía análoga a la digital, la situación de que la figura del autor ya no es impermeable, sino porosa y se trasfunde con las nociones del teórico, el editor o el curador, y el hecho de que cualquiera puede tomar un video con su teléfono celular o tablet, por ejemplo, ha constituido la base sobre la que estamos construyendo la cultura de la visibilidad: el imperio de la imagen y la apropiación de las herramientas para capturar visualmente la vida. Con todo y que la explosión de las redes sociales y las cientos de aplicaciones de edición digital disponibles online ponen en manos de casi todos lo que parecen ilimitadas oportunidades para participar en el show de información visual que caracteriza a nuestra época, esto no hace necesariamente creativos o artistas a quienes las utilizan. El trabajo riguroso es fundamental y mantener una visión crítica e inteligente es un compromiso que no podemos perder de vista, si de crecer a través de la tecnología se trata. Y si además el fotógrafo contemporáneo se enfrenta a un cambio que señala un movimiento hacia un modelo más participativo de cultura, donde el público no es un mero consumidor de mensajes preconstruidos, sino de personas que están dando forma, compartiendo, remezclando y recontextualizando los contenidos mediáticos en formas que no habían sido previamente imaginadas, conviven —y así lo demuestra esta Bienal— con quien sigue apegado a la tradición, a ciertos géneros que continúan interesando a la mayoría de los autores de fotografía y/o video. Todo ello reafirma que la fotografía se ha convertido en la forma más accesible e inmediata de producción cultural. Pero finalmente, aquel que tiene conocimiento, estrategia, articulación y discurso es quien se posiciona en las exposiciones, las bienales, etcétera.

Por otro lado, hay quienes continúan fieles a la tradición de la cámara, del tripié y del trabajo de laboratorio, incursionando incluso en técnicas antiguas, frente a quienes procuran encontrar en la fotografía y el video, medios de comunicación y creación que puedan entretejerse con otros, como lo digital y el Internet. Revisando los trabajos participantes y leyendo los textos que los acompañaban, es muy evidente en muchos de ellos una vinculación emocional imposible de pasar por alto. Sin embargo, esto no influyó en nuestra lectura de los trabajos.

Muchos proyectos se apoyan en categorías anacrónicas y conceptos manidos, olvidando que ya estamos en una era postfotográfica o posmedial —que rebasa un análisis circunscrito a un mosaico de píxeles que nos remite a una representación gráfica de carácter escritural—. Los participantes de esta Bienal no siempre hacen estudios rigurosos o ponen un pie en el mundo real, fuera de Facebook, Instagram y ciertas incursiones digitales que nos recuerdan siempre el cambio del paradigma tecnológico. Claro que tampoco se trata de administrarle “medicina de academia” al público que visite la Bienal. Se extraña la falta de entrecruzar, por ejemplo, los límites de lo artístico, lo político y lo social, poniendo ciertos problemas sociales bajo el foco y la posibilidad de llevar algunos proyectos fuera de los espacios artísticos habituales, una manera de trabajar con experiencias estéticas que se enfoquen en la implementación del arte en la sociedad. Obras que cuestionen al observador.

Sin duda es pertinente realizar certámenes como la Bienal de Fotografía, por ejemplo, porque permiten crear un estímulo para los autores, confrontar sus trabajos y continuar con ánimo en su labor fotográfica confirmando avances, aciertos y también desaciertos. El trabajo continuado de la fotografía, del video y la exposición con los otros expande las posibilidades, los límites y los alcances del propio proyecto artístico, e impulsa la producción fotográfica y videoartística mediante las diversas formas en que los autores se aproximan al medio, amén de dar la oportunidad a los principiantes para exponer y dar a conocer sus obras.

En conclusión, hay muy poca obra en esta Bienal que se caracterice por adoptar perspectivas conceptuales originales y lúdicas que exploren, en particular, las convenciones fotográficas, los medios de representación y las reivindicaciones de veracidad. Sin embargo, se nota un mayor estudio y reflexión de los medios, aunque no llevados del todo a la práctica y a los resultados obtenidos. Una Bienal no pertenece a un cierto círculo de adicción en el que el fotógrafo casual recibe una recompensa instantánea, esa aprobación efímera y superficial del like. En consecuencia, el fotógrafo y el videoasta necesitan hoy reflexionar sobre sí mismos e incluso reinventarse para no caer en el saco sin fondo de la vorágine de las imágenes o en la apatía tanto propia como la de otros. Por consiguiente, es preciso desarrollar de tanto en tanto las condiciones de posibilidad de una praxis estética libertaria que origine fisuras y desconexiones, espacios y tiempos diversos; disposiciones de lo visible y lo decible que subviertan el régimen del avasallamiento a la vez que configuren dispositivos democratizadores de la gestión de lo común, no como mero añadido artístico de la resistencia política, por ejemplo, sino como eficaz experiencia de emancipación sensorial, afectiva, imaginativa, accesible para todos y todas.

Ambra Polidori

Para la comunidad fotográfica del país y para los artistas visuales que utilizan la fotografía, y no necesariamente se piensan como fotógrafos, la Bienal de Fotografía es el evento más importante en México. Participar y “ser seleccionado” tiene cierta relevancia. Las transformaciones que experimenta el medio se ven en gran medida reflejadas en ella, en algunos casos para bien, en otros no tanto, pues estas transformaciones no garantizan, en principio, una mejor Bienal.

Las propuestas que atendieron esta convocatoria mantienen, sí, una diversidad temática. Sin embargo, no creo que ésta baste para trazar y apuntalar dichas transformaciones. Desde mi punto de vista, es necesaria una apuesta curatorial que configure de manera significativa el sentido de éstas.

De la Bienal destaco dos aspectos. El primero (positivo) es la gran cantidad de propuestas que buscaba explicar una realidad a través de la imagen, independientemente de su dimensión autorreferencial. El segundo, negativo, es que tal explicación de realidad no fue siempre exitosa en relación a la factura final de la o las piezas. En otras palabras, hubo en muchos casos un planteamiento correcto pero de factura fallida.

En general, las propuestas atendían, o pretendían hacerlo, a temáticas asociadas a la guerra contra el narco, la violencia —en particular hacia las mujeres—, el cuerpo y sus modificaciones, el cuerpo y sus dimensiones lúdicas —incluso en algunos casos la propuesta era abiertamente erótica—; la vivienda desde un punto de vista arquitectónico, la arquitectura revisitada; el trabajo y su incidencia en la vida del individuo, etcétera.

Quizá una tendencia sintomática en esta Bienal que coincide con otra más generalizada en el arte contemporáneo es un regreso al imaginario indígena, aunque desprovisto de la carga del documental tradicional.

En cuanto a los trabajos ganadores, Flores de Omar Gámez supone un ritual que no vemos y está sugerido por la presencia de semen en cada uno de los bodegones. Este proyecto es en realidad una colección de individuos que mediante un encuentro han dejado su huella. Como en casi todos los bodegones clásicos, esta serie guarda secrecía que dota a la representación de un halo ambiguo que intriga.

Por otro lado, es muy probable que lo que más nos atrae de Nos han dado la tierra de Oswaldo Ruiz sea la tensión entre distintos tipos de imágenes o de sus significados. Cuando las vemos, en nuestro propio imaginario superviene la devastación del campo. Y no puede ser de otra forma, ya que desde hace décadas los campesinos mexicanos han sido depredados por las corporaciones agrícolas.

Por último, “Blanco sobre negro, 98 minutos” (Labor Anonymous) de Oscar Farfán contrapone dos formas de producción: la de la representación artística y la de la producción en serie (fordismo). Asimismo, interviene un juego de oposición entre representación fotográfica y video. Entre representación y representación hay una dialéctica que bien vista es de pares, aunque una funcione irónicamente como una suerte de cédula de la otra.

Javier Ramírez Limón

Como concurso, la Bienal de Fotografía es un reflejo y una consecuencia de las transformaciones del medio fotográfico —cuando las hay—, pero eso no significa que nos ayude a comprenderlas. Usualmente la Bienal no es resultado de un proceso de investigación concienzudo, ni plantea hipótesis complejas a través de propuestas curatoriales y tampoco forma parte de un programa más amplio y sólido, para la discusión y problematización de la imagen fotográfica. Los mejores intentos, en años recientes, han sido las bienales XVI y XVII, pero al poner a competir la propuesta curatorial con el concurso se vuelve todo muy confuso y muchas decisiones y exploraciones curatoriales quedan sin apoyo y, al final, sin comprensión. Por lo demás, los procesos culturales necesitan tiempo y distancia para ser verdaderamente comprendidos.

La Bienal no debería preocuparse por impulsar la producción fotográfica. Sería como si el Museo de Bellas Artes se propusiera impulsar la producción de pintura al óleo. Con una gran diferencia: en el caso de la fotografía, ya las redes sociales y los nuevos dispositivos electrónicos y mixtos están haciendo ese trabajo, al generar y reproducir la necesidad de imágenes fotográficas y las vías para satisfacerla. Si ese es el objetivo de la Bienal, entonces ya no tiene vigencia.

Pero si el objetivo es dar cuenta de lo que ha pasado con la producción fotográfica en México en los últimos dos años, el concurso puede servir para eso, pero no siempre resultará en una exposición interesante. Todo dependerá de lo que se envíe a éste. Además de que no todos los años son igual de fructíferos.

Hay otra vía, y es un concurso por invitación, donde diferentes expertos proponen una serie de candidatos a representar lo más novedoso y propositivo de la fotografía mexicana del periodo. Ahí podrían entrar desde obras inéditas hasta obras que ya han sido expuestas y han circulado en diferentes exposiciones en el contexto nacional e internacional.

Si el objetivo es más ambicioso, entonces debería sustituirse el concurso por propuestas curatoriales basadas en la investigación y no limitadas a la producción fotográfica de un bienio.

Como aspecto positivo de la XVIII Bienal de Fotografía destaco el interés por los problemas sociales de México. Como problema a resolver, señalaría la dificultad para tratar formalmente las narrativas de los proyectos. Algunas propuestas no tuvieron tiempo para madurar lo suficiente.

Temas como la complejidad de las relaciones familiares y el propio concepto de familia, asociado a la memoria y el archivo fueron las temáticas que dominaron en los trabajos seleccionados. En el mismo tenor se sigue trabajando lo femenino como construcción social e histórica. Asociado a eso vienen las aproximaciones a la transexualidad, la violencia de género o el rol de la mujer en la historia. La tendencia es hacer obras muy narrativas, que parecen depender más del relato que de la experiencia visual. Hay poca atención a los problemas estéticos, de percepción o complejidad de la imagen. No hay nuevas tendencias, si acaso un tono general un poco más sombrío.

Con respecto a los reconocimientos de esta Bienal, la obra de Oswaldo Ruiz es formalmente exquisita. Resuelve muy bien su estructura narrativa y genera imágenes con mucha fuerza simbólica. Equilibra muy bien el tema general de la tierra y el trabajo con temas concretos que tocan problemas sociales e históricos en el campo mexicano. Nos han dado la tierra es un proyecto elaborado con dominio del medio e inteligencia. Tiene cercanía con la fotografía antropológica, pero permanece en una zona dominada por lo poético.

Entre tanto, la serie de Omar Gámez, Flores, tiene una doble lectura, entre lo visible y lo secreto, y creo que ese doble juego es el que le da un toque, si no subversivo, por lo menos irónico. Hay una narrativa que no puede ser totalmente confirmada en la fotografía —aquí la fotografía no es un documento— y hay una iconografía que puede ser leída como banal o espiritual, como conceptual o como formalista, según dónde se coloque el espectador. Aprecio el riesgo que toma el autor al trabajar con valores opuestos, dejando un rastro de inquietud y sospecha en el público.

Por su parte, “Blanco sobre negro, 98 minutos” (Labor Anonymous) de Oscar Farfán es un ejemplo de investigación conceptual que utiliza procedimientos analógicos. Es racional, equilibrada y muy bien estructurada. Es sobria y con buena factura. Elabora estéticamente un tema social, complementando con mucha seguridad dos medios diferentes y resultando en una instalación que combina imagen fija, imagen en movimiento y temporalidad.

Juan Antonio Molina

Un certamen como la Bienal de Fotografía es imprescindible para leer y medir en un solo espacio lo que se produce en este sector cada dos años, aun cuando tiene serios y valiosos competidores que han demostrado una gran eficacia para cumplir también con este propósito. Me refiero concretamente a la convocatoria de la Fundación Mexicana de Cine y Artes en Monterrey, cuyo resultado en 2017 fue un ejemplo de diversidad formal, temática y conceptual, además de ser una muestra transgeneracional.

La Bienal de Fotografía es una plataforma para comprender las transformaciones del medio fotográfico. Una Bienal de Fotografía debería ser el termómetro de lo que sucede en el ámbito de la foto y la imagen en el país. Como miembro del jurado pude ser testigo directo de todo el material recibido, lo que me permitió ver un panorama muy completo: aquello que se está haciendo y proponiendo actualmente en torno a la fotografía y la imagen en nuestro país.

Cada uno de los trabajos seleccionados hace sus propias aportaciones, pese a que varios son interpretaciones de propuestas ya conocidas. Pero como señalaba Coco Chanel: “Sólo es nuevo aquello que no se recuerda”.

Se recibieron trabajos conceptuales muy rebuscados en su propuesta formal y conceptual, lo que desafortunadamente les restó fuerza y contundencia. Menos es más. Hubo propuestas muy íntimas y hasta inocentes, diría yo. Un gran número de los participantes respondía a la fotografía vivencial, lo que particularmente me implica pues hace varios años, cuando algunos hablábamos de ésta, era poco comprendida.

En esta Bienal se hace evidente la preocupación por abordar temas como la violencia, el narcotráfico y las desapariciones forzadas, así como la necesidad de exorcizar esos sentimientos a través de las propuestas artísticas.

Varias de las propuestas seleccionadas responden a la fotografía dura y pura —como se le etiqueta ahora—; trabajos realizados con fotografía análoga que curiosamente hoy se le conoce como fotografía alternativa. Es claro el interés por recuperar esta técnica. Hubo otras propuestas con un empleo de la tecnología que, desde mi punto de vista, rebasa los límites propios de la fotografía: video, animaciones y el uso de redes sociales, pero cuando estas técnicas se mezclan y se corresponden en una sola pieza, el efecto es multiplicador. No es así cuando en una Bienal de Fotografía se concursa con un video, para ello existen bienales especializadas. Sin embargo, hay que decir que esta utilización multidisciplinaria de las técnicas es una nueva tendencia que se está explorando y es digna de atención. En ese sentido, me declaro gratamente sorprendido con varios de los trabajos, y me hubiese gustado que una muestra de ellos estuviese mejor representada en la selección final. De hecho, algunas propuestas integraron nuevas tecnologías a procedimientos antiguos.

Me referiré a la única mención honorífica que se otorgó: “Blanco sobre negro, 98 minutos” (Labor Anonymous) de Oscar Farfán, porque me parece que es un buen ejemplo de la combinación de técnicas y métodos de expresión. Aquí, el video y la foto fija se complementan y se enriquecen mutuamente.

Por otra parte, hubo trabajos cuya propuesta conceptual y formal nos resultaba muy interesante, sin embargo, el montaje final nos pareció deficiente o defectuoso. Fueron evaluados bajo el criterio de que forma y fondo deben corresponderse congruentemente. Otros trabajos eran de bajísima calidad y de una pobreza cultural significativa. Ya se hizo notar desde la bienal anterior un uso desmedido del idioma inglés para nombrar los títulos de las series. En esta ocasión varios de ellos fueron presentados totalmente en esta lengua, algo impropio para una bienal realizada en México y de convocatoria nacional.

Haber sido jurado de la XVIII Bienal Fotografía, organizada por el Centro de la Imagen, ha sido un privilegio. Me permitió, entre otras cosas, ver de primera mano las 585 propuestas participantes. Tengo que asumir la responsabilidad de filtrar, junto con el resto de los miembros del jurado, la selección para quienes verán las obras expuestas. Siempre es así, esa es la labor del jurado, pero me parece importante precisar que un jurado distinto hubiera dado como resultado una selección diferente. Sin duda nosotros también seremos juzgados.

Agradezco la invitación a darle voz a los miembros del jurado en este catálogo. De alguna manera el proceso de selección es tan importante como el resultado final. Así se personaliza la experiencia de cada uno de sus integrantes. Aunque la decisión haya sido colegiada, un jurado está integrado por individuos con opiniones propias no necesariamente compartidas.

Pedro Tzontémoc